El Colegio está catalogado como una institución conservadora. Aceptamos esa definición con orgullo, pero buscamos recuperar una interpretación más activa y exigente de lo que significa conservar.
Valoramos la disciplina y honramos la tradición, pero mantenerlas vivas exige algo más que reverencia: exige acción deliberada y constante.
Ser conservador no es mirar hacia atrás: es proteger, con decisión estratégica, aquello que nos define como valiosos.
Cuando una institución experimenta erosión gradual en su esencia académica, sus pilares culturales y su entorno físico, la conservación deja de ser automática. Requiere intervención deliberada.
Ser verdaderamente conservadores implica actuar con determinación para preservar lo que nos constituye. La conservación no es pasividad; es mantenimiento activo, inversión continua, exigencia sostenida.
El conservadurismo auténtico no es pasividad reverencial ante el pasado. Es la determinación activa de garantizar que las generaciones futuras hereden no ruinas nostálgicas, sino instituciones vibrantes que honran su legado mediante la excelencia presente.
Esa es la conservación que nuestros hijos merecen. Esa es la conservación que nuestro legado exige.
El corazón histórico del colegio siempre fue el idioma y la cultura alemana. Sin embargo, la evidencia empírica es inequívoca: no hemos conservado el nivel de alemán, la calidad artística, ni la profundidad cultural que históricamente nos diferenciaban.
Los resultados recientes en los exámenes internacionales de alemán no constituyen un accidente estadístico. Representan la culminación de un proceso gradual que requiere análisis sistémico.
Estos resultados no son atribuibles a una administración específica ni a individuos particulares. Representan tendencias que se han desarrollado gradualmente y que requieren respuesta igualmente sistémica.
Cuando el pilar identitario de una institución comienza a debilitarse, no estamos ante una falla aislada. Estamos presenciando el síntoma visible de algo más amplio: la pérdida gradual de estándares.
Ser un colegio de tradición alemana implica abrazar el arte y la ciencia no como “actividades complementarias”, sino como pilares constitutivos del desarrollo humano. La tradición germánica en educación nunca separó lo científico de lo humanístico, lo técnico de lo artístico. Era precisamente esta integración lo que producía ciudadanos completos, capaces de pensar con rigor y crear con sensibilidad.
Sin embargo, observamos que nuestra oferta cultural y científica tiene espacio significativo para expandirse:
En música y el arte: No existen incentivos ni exigencias reales para explorar instrumentos medios complejos. La educación musical ofrece oportunidad de expansión más allá de los instrumentos introductorios, reconociendo que la música es disciplina incorporada, formación intelectual en acto. La expresión artística integral de los estudiantes es limitada, sin facilitación por el colegio.
En teatro: Las producciones teatrales tienen potencial para convertirse en despliegues aún más ambiciosos de talento, esfuerzo colectivo y excelencia técnica No se trata de exigir producciones profesionales a estudiantes, sino de mantener estándares que desafíen genuinamente sus capacidades. Cuando los estándares artísticos se mantienen modestos, perdemos la oportunidad de demostrar que la excelencia es alcanzable y transmitimos un mensaje pernicioso: el esfuerzo “suficiente” es aceptable. Pero la excelencia nunca se conforma con lo suficiente. El teatro no se reduce tampoco a la puesta en escena de actores, el apoyo técnico, la adaptación del guión permiten a diferentes intereses participar activamente y tomar responsabilidad del resultado.
En ciencia: La educación científica no ha evolucionado al ritmo de la complejidad contemporánea. Nuestros estudiantes poseen capacidades que no estamos aprovechando. Los programas de ciencia experimental permanecen estáticos, los laboratorios subutilizados. Existe una oportunidad de alinear más estrechamente la orientación científica que el ideario institucional articula con inversiones y estructuras que la materialicen.
Aquí radica la contradicción fundamental: conservar la tradición no significa repetir mecánicamente las mismas actividades cada año con presupuestos decrecientes. Significa mantener la intensidad, la exigencia y la calidad de la formación integral que nos definió históricamente.
Hoy, esa formación se siente diluida. Una tradición que no se conserva activamente activamente corre riesgo de perder su capacidad formativa
Conservar significa mantener. Es una acción continua, metódica, no un proyecto esporádico activado por crisis. La condición material del colegio presenta una oportunidad de alinearse más visiblemente con su discurso de excelencia y disciplina.
El ejemplo más elocuente son el auditorio y el polideportivo, espacios que no sólo deberían constituir el orgullo arquitectónico de nuestra comunidad y el centro físico de nuestra vida cultural, sino que representan dos elementos fundamentales de una vida académica integral: arte y deporte.
El deterioro es inmediatamente aparente. Alfombras que requieren renovación, iluminación que necesita mantenimiento sistemático, superficies que se beneficiarían de atención regular, techos con pintura descascarada, infraestructura deportiva oxidada, mantenimiento insuficiente en áreas fundamentales. Estos son detalles que, acumulados, comunican un mensaje no intencional sobre prioridades.
Más grave aún: nuestra relación con la comunidad externa refleja estas mismas condiciones de mantenimiento. Las veredas deterioradas reciben a visitantes con un mensaje involuntario pero inequívoco sobre nuestras prioridades institucionales.
Nuestros estudiantes conviven diariamente con este entorno.
Perciben que los estándares que se les exigen podrían reflejarse más visiblemente en el entorno que habitan. Esta coherencia entre expectativa y ambiente constituye una oportunidad formativa que no debemos desaprovechar.
Esta distancia no pasa desapercibida. Nuestros hijos son capaces desde muy temprano de percibir con claridad asombrosa las discrepancias entre acto y acción.
El entorno físico comunica mensajes implícitos sobre estándares. Un ambiente cuidado refuerza la exigencia; un ambiente descuidado puede sugerir que la excelencia es opcional.
Es fundamental aclarar: no abogamos por instalaciones de lujo innecesario ni remodelaciones estéticas vacías. Hablamos de dignidad institucional básica. Hablamos de mantenimiento sistemático, de protocolos de limpieza efectivos, de reparaciones oportunas antes de que los problemas menores se conviertan en deterioros estructurales.
Un colegio conservador enseña —con su propio ejemplo— que el entorno se respeta y se cuida mediante atención constante, no mediante intervenciones reactivas en crisis.
La condición física del colegio no es una cuestión superficial de “apariencias”. Es un indicador preciso de prioridades administrativas. Una institución que aspira a la excelencia se beneficia de que su presencia material refleje esa aspiración.
Muchas mejoras requerirían principalmente coordinación y voluntad organizativa, lo cual las hace más accesibles de lo que podría parecer.
Una gestión económica conservadora significa equilibrar prudencia financiera con impacto formativo inmediato. No significa acumular capital ni derrocharlo significa administrar los considerables recursos que dispone el colegio con eficiencia e impacto inmediato sobre la formación actual.
El colegio no existe para preservar fondos. Existe para formar y educar. Esta distinción no es semántica: es fundamental.
El dinero que las familias confían hoy a la institución debe transformarse en oportunidades académicas, culturales y deportivas hoy. No en proyectos lejanos que las generaciones actuales no podrán experimentar.
Las necesidades en el colegio son muchas, elegir las prioridades es tarea harto compleja.
Los recursos deben canalizarse prioritariamente hacia donde generan el mayor impacto educativo: el capital humano.
Esto significa: - Docentes mejor remunerados y, por ende, de mayor calidad académica, capaces de inspirar intelectualmente y desafiar constructivamente - Programas innovadores que permitan a los estudiantes explorar sus capacidades al máximo, trascendiendo el currículo estándar - Infraestructura pedagógica que facilite metodologías contemporáneas de aprendizaje - Intercambios culturales y académicos que expongan a nuestros estudiantes a contextos internacionales
Existe un equilibrio delicado entre responsabilidad fiscal y inversión formativa. Proponemos que ese equilibrio favorezca más decididamente el impacto en la generación presente.
Los principios fundacionales del colegio proclaman la libertad y la autonomía como valores supremos. Pero para que nuestros hijos puedan enfrentar esa libertad sin parálisis ante la incertidumbre, necesitan saber que han recibido la mejor preparación posible. Que poseen las herramientas intelectuales, emocionales y culturales para enfrentar el mundo con confianza.
Esa confianza no proviene de las cuentas bancarias institucionales. Proviene de la solidez de la formación que reciben y de la comunidad que los sostiene. Invertir decididamente hoy es darles la certeza de que poseen las bases intelectuales y emocionales necesarias cambiar el mundo cuando sea posible, aceptar cuando no y reconocer que medias acciones no son representativas de un exalumno del colegio.
Es darle al exalumno la capacidad de enfrente a la libertad inevitable que lo espera, sin miedo. Que la enfrente con amor a su labor y a su compromiso.
Es darle la capacidad de portar con orgullo genuino y no nostálgico nuestra insignia.